Pocas horas después de hablar con él para preparar un congreso sobre Maritain y la Europa social, me avisan que fallecía Eugenio Nasarre el pasado sábado 27 de enero. Esa mañana, cuando llegó su esposa Maxi se lo encontró sin vida en la mesa de trabajo. Aún sorprendido por su inesperada muerte, me gustaría recordarle con agradecimiento por un legado político sereno, apasionante e imprescindible. No sólo para entenderle a él, sino para entender a la joven generación que, tras sentar las bases de la Constitución de 1978, promovieron la cultura de la concordia, la amistad cívica, el derecho a la vida y la libertad de educación.
Para entender la vocación política de Eugenio era importante conocer el liderazgo y la vocación europeísta del maestro Joaquín Ruíz-Jiménez. Sobre todo, el Ruíz-Jiménez profesor de Cuadernos para el diálogo (1963-1978), redacción en la que no sólo se entrenaron dialécticamente quienes luego iban a liderar la transición, los debates constitucionales y la modernización europeísta de nuestras instituciones, sino en la que se planteaba con pasión la posibilidad de articular una democracia cristiana de corte europeo. Algunos colaboradores también formaban parte del Grupo Tácito, se implicaron en las primeras aventuras partidistas y comprobaban cómo la España de aquellos años era más posfranquista que democristiana. El joven Eugenio acompañó a Ruíz Jiménez hasta el final en ‘Izquierda Democrática’, una aventura democristiana que recaló en UCD sin la que sería imposible entender lo más lúcido del centrismo.
Cuando se disolvió la UCD y se recuperaron las siglas del Partido Popular, el entorno de Aznar y Esperanza Aguirre integró a Eugenio para una primera línea política, en la que se mantuvo hasta el 2015. Mientras otros compañeros diluían las convicciones éticas de la política en las suculentas aguas de los cargos empresariales o administrativos, Eugenio maduraba familiarmente la firmeza de sus convicciones y siempre quienes le conocíamos de cerca podíamos contar con él en proyectos que buscaran la concordia, la amistad cívica, el derecho a la vida y la libertad de educación. También la formación de líderes que estuvieran dispuestos a trabajar por la vida pública en su sentido más amplio, generoso y europeísta. Su liderazgo acompañó a muchos profesionales de generaciones posteriores que entendemos la política como servicio al bien común. Desde que lo conocí en el entorno de las conversaciones sobre ‘católicos y vida pública’ con los profesores Álvarez-Bolado, Hortal o Laboa, hasta estas últimas horas en las que, en el entorno de la ACdP promovemos la concordia, el derecho a la vida, la libertad de educación y una Europa de la responsabilidad solidaria, más que un político trabajador y prudente, doy gracias a Dios por haber tenido en él un vigoroso y entrañable maestro. DEP.
Introducción
La hipótesis que quiero formular en este primer conversatorio es triple.
Primero, el humanismo cristiano es integral. Tiene un núcleo fundamental en la filosofía formulada a mediados del siglo XX por Jacques Maritain y continuada por otros intelectuales.
Segundo, el humanismo integral es comunitario. Su ética social es el bien común con dignidad humana, apoyado por la solidaridad y la libertad social. Esta ética social puede ser aplicada científicamente en la economía, en el Derecho, en la política, en la sociedad civil, en el sistema cultural y en las comunicaciones. Este es un desafío que se está enfrentando con más fuerza desde el cambio de milenio en adelante. Para tener éxito, conviene seguir un itinerario de rigor científico: una ontología realista, un pluralismo metodológico, y una evaluación racional de proposiciones.
Tercero, el humanismo integral es personalista. Tiene un núcleo antropológico de crecimiento personal y relacional para todos.
Las ideas y proposiciones del humanismo integral tienen la fuerza y potencialidad de servir como guías para la acción social y política de las personas y de los sujetos colectivos. Esto parece necesario y urgente en nuestro mundo tardomoderno, agrietado y deshumanizado, particularmente en una sociedad individualista y fragmentada como la de Chile.
Para conversar sobre los tres núcleos de la hipótesis, podemos seguir un camino común, donde vayamos develando en el tiempo histórico contemporáneo, desde mediados del siglo XX en adelante, estos tres núcleos principales.
I.-Primer núcleo: la filosofía del humanismo integral (material y espiritual)
Hacia cerca de mediados del siglo XX, un elenco de intelectuales intentó revitalizar la cultura occidental a partir de sus raíces humanistas cristianas. Son los tiempos cuando los Aliados logran tomar el timón de la Segunda Guerra Mundial y luego se enfrentan a la tarea de reconstruir Europa y sus democracias, donde convenía dedicar esfuerzos para pensar, escribir, enseñar, publicar y conversar acerca de la encrucijada que planteaba el estado en que se hallaba el mundo. Autores como C. S. Lewis, T.S. Elliot, Emmanuel Mounier, y sobre todo Jacques Maritain asumen el humanismo y la democracia como desafío intelectual. Entre ellos, Mounier desarrolla el “personalismo cristiano”, mientras que Maritain rescató el “humanismo integral” como un modo de entender a la persona humana no sólo en vínculos con sus semejantes, de modo horizontal y antropocéntrico, sino también en sus relaciones con lo trascendental y con la Naturaleza, donde el núcleo esencial de lo espiritual está personalizado y concentrado en el dar, en el amor, en la coexistencia libre, y en el afán de conocimiento de lo real y verdadero. Este humanismo integral se expresa vinculando a las personas en territorios compartidos, con historias concretas y con características culturales específicas.
Maritain recoge el pensamiento de Aristóteles, para quien no proponer al hombre sino lo humano es traicionar al hombre y querer su desprecio, pues en la parte principal de sí mismo, que es el espíritu, el hombre está llamado a algo mejor que una vida puramente humana. Según Maritain, el gran saber pre-cristiano como el de Aristóteles, así como también el saber racionalista, no pueden ser excluidos de la tradición humanista, pero tampoco sería posible definir el humanismo con exclusión de toda ordenación a lo espiritual.
Para Maritain, el humanismo tiende esencialmente al crecimiento de todos los hombres como personas. A hacer al hombre más verdaderamente humano, a manifestar su grandeza original, contenida en su núcleo espiritual esencial, haciéndolo participar en todo cuanto pueda enriquecerlo en la naturaleza y en la historia. Requiere, al mismo tiempo, que el hombre desarrolle las virtualidades contenidas en su persona, sus fuerzas creadoras y la vida de la razón y el espíritu, y mucho trabajo para convertir las fuerzas del mundo físico en instrumentos de su libertad.
Maritain critica al humanismo antropocéntrico. Para él, la dialéctica del humanismo antropocéntrico, desde la modernidad en adelante, incluyendo tanto al racionalismo como a la crítica al mismo, habría conducido a encontrarnos en presencia de dos posiciones puras: el “humanismo horizontal”, centrado principalmente en las condiciones materiales de existencia humana, y el humanismo integral.
Para Maritain, hay que cambiar el falso modelo del hombre individualista. Esto se conseguiría cuando los hombres mismos se van transformando en verdaderas personas humanas, capaces de crecer relacionalmente, capaces de crecer espiritualmente, lentamente transformándose hacia la plenitud de la esencia humana espiritual, aquella del amor, el afán de conocimiento de lo real y lo verdadero, y la coexistencia libre.
Esta transformación integral debería alcanzar las estructuras de la vida social: la economía, la política, la sociedad civil, las comunicaciones. También el sistema cultural. En todas partes sería posible tender —en la mayor medida posible en este mundo— para tal o cual época histórica, hacia la progresiva y verdadera realización socio-temporal del Evangelio. Según Maritain, para afirmar la dignidad personal y su vocación de crecimiento, sería necesario transformar aquellas condiciones sistémicas que lo dificultan o impiden, en el sentido de que siempre habrá que darles a todos las oportunidades para llevar vidas materialmente dignas.
La filosofía del humanismo integral, según Maritain no debiera limitarse a postular principios universales. Debiera ser capaz de descender hasta las realizaciones concretas en la sociedad civil, en la política, en la economía y en la cultura, cuyas estructuras y valores pueden llevar la huella de la concepción cristiana de la vida. Esta concreción temporal del humanismo integral en el sistema social tiene, eso sí, dos principios rectores del sistema social “abstractamente considerado”, ya delineados por Maritain a mediados del siglo XX: es un sistema social comunitario, y es un sistema social personalista.
Maritain asocia el sentido comunitario a la idea de que el fin propio y específico de la sociedad es un bien común, diferente tanto del bien del Estado como de la simple suma de los bienes individuales, y superior a los intereses de los individuos en cuanto éste es parte del todo social. Este bien común es coincidente con la recta vida terrenal de la multitud de habitantes reunidos, de un todo constituido por personas humanas, y es por ello a la vez material y espiritual. Pero para Maritain el bien común temporal no es el fin último. Está ordenado a algo mejor: al bien intemporal de las personas, a la conquista de su perfección y de su libertad espiritual. Por ello, el bien común temporal del sistema social conduce a que este último tenga un segundo principio rector: el de ser un sistema social personalista.
En el sistema personalista, sería esencial al bien común respetar y servir los fines temporales y espirituales de la persona humana. El bien común es entonces concebido como un fin intermedio, tiene una especificación propia, una consistencia y bondad propia, pero a condición de no erigirse en bien absoluto. Por ejemplo, para Maritain la “sociedad política” no tiene por misión conducir a la persona a su perfección y total libertad de autonomía, si no que está destinada al desarrollo de condiciones de medio que lleven a la multitud a un grado de vida material, intelectual y moral conveniente para el bien y la paz del todo, de tal suerte que cada uno se encuentre ayudado positivamente en la conquista progresiva de su vida plena como persona y de su libertad espiritual. Está contra el individualismo desmesurado, por un lado; y por el otro contra toda concepción colectivista del Estado y de la política. Cada persona tendría en sí una vida y bienes que sobrepasan la ordenación a la sociedad política, por el hecho de ser persona.
La sociedad humana, para Maritain, es una sociedad de personas, no de gentes instaladas en roles, clases y moradas definitivas, sino de gentes “en camino”: es una concepción peregrinatoria de las sociedades en sus diversas etapas histórica.
Este sistema social, comunitario y personalista, se encuentra sostenido por dos principios que sostienen a la dignidad humana y al bien común: por un lado, el principio de solidaridad o co-responsabilidad, marcado por el espíritu de fraternidad social; por el otro lado, el principio de pluralidad social con libertad, que se expresa sobre todo en la sociedad civil, en la cultura donde lo temporal tiene autonomía, y en el principio de reciprocidad y justicia en las relaciones económicas. La solidaridad y la libertad social con pluralismo necesitan cooperar en vez de enfrentarse para alcanzar el bien común.
El humanismo integral, en palabras de Maritain, rechaza tanto el economicismo como el politicismo, o sea la invasión de todo el sistema social por la economía, por un lado, o por la política, por el otro. En cambio, promueve la integración sistémica entre sociedad civil, economía y política, y la integración social en una comunidad fraterna.
Jacques Maritain se retiró del trabajo filosófico activo en 1960, cuando luego de fallecer su esposa Raissa, también filósofa y compañera en su búsqueda intelectual, se une a una comunidad contemplativa de Hermanitos de Jesús en Tolousse. Cinco años después, en 1965, gracias a la intervención del entonces presidente Charles De Gaulle, conversará por algunas horas en París con su amigo el presidente Eduardo Frei Montalva, con motivo de una visita de Estado. Luego también ese mismo año fue invitado a Roma por su también amigo (y traductor de cuatro de sus libros) el entonces Papa San Pablo VI, de cuyas manos recibirá en Roma el mensaje de los padres conciliares a los intelectuales cristianos, en representación simbólica de estos, en la ceremonia de clausura del Concilio Vaticano II.
II.- Segundo núcleo. Un nuevo sentido comunitario: las ciencias sociales y los sistemas estructurales y culturales de bien común con dignidad humana.
Durante la segunda mitad del siglo XX, la deshumanización de muchas sociedades occidentales se fue reflejando también en la exclusión de la conceptualización de la persona y de sus capacidades sociales, dentro de las corrientes dominantes en las ciencias sociales. Así ocurrió con el neoliberalismo, el populismo radical y la planificación centralizada en la economía, el neopositivismo en el Derecho, el realismo de poder, acompañado de empirismo, encuestología y oportunismo en la politología, y en la ciencia de la sociología con la oscilación entre individualismo y colectivismo metodológicos, con ensayos posmodernistas de sociedades líquidas, de riesgo social, desbocadas o en red, con sistemas de comunicaciones indiferentes a la interacción humana.
Hacia fines de los años noventa, en respuesta a lo anterior, comienzan a surgir en Europa, Estados Unidos de Norteamérica, Australia y América Latina corrientes interdisciplinares de sociólogos, economistas, juristas, y politólogos, que procuran humanizar las ciencias sociales abriendo espacio a los valores personales y sociales, también a la trascendencia, más allá de los individualismos y de los colectivismos estructuralistas. Rechazan la visión empirista y neopositivista predominante en las ciencias sociales, y postulan transformaciones del sistema social en el cambio de milenio, orientadas por el bien común con dignidad humana.
Esta rehumanización científica social, que es realista y crítica, propone una reconstrucción ontológica de las ciencias sociales. Afirma en primer lugar que existe un estado de la realidad que es lo que es, independiente de cómo lo veamos. En segundo lugar, que la actividad de los mecanismos sociales de acción, cambio y conservación, es continua e invariable, surge de sus características y de sus propias capacidades, relativamente durables, a pesar de la variabilidad intrínseca de las sociedades humanas como sistemas abiertos. Y, en tercer lugar, sostiene que la realidad social se encuentra estratificada, no es sólo superficial donde se pueda fusionar los tres niveles de la realidad-—lo real, lo actual, y lo empírico—en un solo nivel, sino que es profunda y es necesario indagar acerca de las condiciones estructurales bajo las cuales la experiencia de la acción humana es posible. Distingue categóricamente entre las personas, las estructuras (economía, política, sociedad civil), y la cultura de una sociedad. El carácter de propiedades emergentes de las formas sociales, movidas o mantenidas por la acción humana, implica, sin embargo, puntos de contacto entre personas, estructuras y cultura. Pero las vinculaciones existen en función de los sistemas de mediación de la reflexividad y acción de las personas humanas y de sus sujetos colectivos. Por último, la naturaleza estratificada, contingente (sujeta a cambios contextuales y acciones humanas) y triádica (personas, estructuras, cultura) de la realidad social, conduce a la necesidad de una historicidad en las explicaciones científico-sociales.
La definición científico-social humanista conduce hacia una perspectiva transformadora del sistema social de la tardomodernidad. Desde la década recién pasada ha formulado un cuestionamiento general al individualismo estructural, sosteniendo que el mundo vive una época de transición, con disyuntivas entre mayor desintegración nacional y mundial o, en cambio, con posibilidades de elaboración de estructuras y culturas de mayor integración social y paz mundial. Para ello en años recientes se ha avanzado científicamente hacia la fundamentación de un ideal normativo de buena sociedad, definida como sociedad más relacional, con estructuras y cultura de bien común con dignidad humana. Esta nueva forma social de las transformaciones tendría también que ocuparse de dos aspectos fundamentales: la igualdad y la participación social. De lo contrario habrá una sociedad de “pocos ganadores” y “muchos perdedores”. Esta sociedad del bien común debiera ser capaz de favorecer un crecimiento personal generalizado, accesible a todos. Los principales problemas en la actualidad radicarían en una “política sin convicciones ni compromisos” y en la “economía sin visión”. En la práctica, la construcción de una sociedad civil plural, libre y participativa, y de una economía social también apoyada por la reciprocidad, serían de interés común, al generar bienes relacionales para todos. La buena sociedad, para la ciencia social humanista, sería la que promueve el bien común, donde todos contribuyen a generarlo, que requiere la colaboración de todos. Es un bien común que implica un alto nivel de integración (no de colonización), tanto social como sistémica.
Esta ciencia social humanista también define a las personas como sujetos relacionales. Afirma que los seres humanos por lo general aspiran a tener mejores relaciones con las demás personas humanas, con la Naturaleza, con el trabajo y la técnica, y también, de un modo que han destacado recientemente algunos reconocidos científicos sociales, como Berger, Porpora, Archer, y Collier, en un mundo como el actual donde coexisten más de dos mil millones de creyentes cristianos, musulmanes y judíos, relaciones entre personas humanas y personas divinas, cuyo núcleo esencial espiritual de algún modo comparten, en el amor, la coexistencia con libertad, y el afán por el conocimiento de lo real y verdadero .
Las nuevas tendencias de rehumanización de las ciencias sociales incluyen a cientos de intelectuales, que en la actualidad están incorporando en forma más explícita los valores de dignidad humana y bien común en sus investigaciones y publicaciones, como una forma de contribuir a un mayor progreso social para el resto de este siglo
Pero entre estos cientos de nuevos intelectuales quiero destacar ahora a aquéllos claramente inspirados en el humanismo integral, comenzando por Rocco Buttiglione, Pierre Manent, Ana Marta González, y Vittorio Hosle. También a economistas como el expresidente del Banco Central Europeo y hasta hace poco jefe de Gobierno de Italia Mario Draghi, Dani Rodrik, líder del Project Sindicate de economistas críticos, Stefano Zamagni, actual presidente de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales, Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía, Jeffrey Sachs, director del proyecto de Desarrollo Sustentable de Naciones Unidas y la Universidad de Columbia. Juristas como la presidenta de las abogadas norteamericanas Mary Ann Glendon, Cristoph Engel, Paolo Carozza, y Paul Kirchoff. Politólogos como el chino Hsin-Chi Kuan, la noruega Janne Haaland Matlary y el hindú Niraja Gopal Jayal. Sociólogos como la primera presidenta de la Asociación Internacional de Sociología, Margaret Archer, el fundador de la sociología relacional europea Pierpaolo Donati, el chileno Pedro Morandé, el mejicano Rodrigo Guerra, y los españoles Pablo García Ruiz y Antonio Lucas. Y científicos de la comunicación social como el español José Antonio Ruiz, director de la asociación iberoamericana de sociología de las organizaciones y comunicaciones.
Los trabajos colectivos interdisciplinarios de los humanistas integrales antes nombrados, en torno a sistemas sociales y culturales de bien común con dignidad humana hasta ahora han incluido lo siguiente: desigualdades sociales; el futuro del trabajo humano; el pleno empleo; realidades y responsabilidades en la democracia política; desafíos de la globalización post 1990; la solidaridad intergeneracional; la solidaridad con la niñez y con la juventud; conceptualizaciones alternativas de la persona humana en las ciencias sociales; la justicia en las relaciones internacionales; la promoción del bien común y sus principios coadyuvantes; los derechos humanos; las crisis financieras y sociales en la economía global; pluralismo y libertades religiosas; la sustentabilidad medio ambiental; la paz y el orden jurídico internacional; la sociedad participativa y la integración social; Estados, naciones y nacionalismos; los medios de comunicación y las redes sociales; el crecimiento económico y el desarrollo humano integral.
En sus trabajos han recomendado hacer lo posible por evitar una conceptualización excesivamente imaginativa y externa del bien común, distanciada de las diferentes categorías o subsistemas sociales (en particular, de la economía, la política, el Derecho, la vida social, las comunicaciones, o del mundo de la cultura y el espíritu). Siguiendo una orientación comunitaria, sostienen que resulta clave procurar bienes comunes en el interior y entre tales subsistemas estructurales y culturales de la sociedad; especialmente en las diferentes instituciones y comunidades situadas al nivel medio o más próximo a las personas. Asimismo, en la relación entre tales subsistemas sociales convendría que exista una articulación solidaria de cada una con todos los demás, y también una voluntad de ayuda o subsidio recíproco entre las unidades sociales para que, cuando así lo requieran, puedan cumplir sus objetivos propios.
El planteamiento del nuevo humanismo científico integral incluye la mayor complementariedad entre la estructura de economía global y el desarrollo autónomo de economías nacionales, incluyendo esquemas de integración regional.
En las estructuras de las economías de bien común en cada país, el mercado debería generar más valor permanente —mayor crecimiento y empleo sustentables en el tiempo y asequibles a todos— mediante la inversión, la innovación productiva y el bienestar social.
La estructura económica tendría que ocuparse más y mejor de la relación con el medio ambiente, respetando los límites sobre cambio climático, acidificación de océanos, protección de capa de ozono, contaminación química del aire, uso moderado de tierras naturales y bosques para producciones y urbanizaciones, biodiversidad y carga de combustibles en el aire.
También en las economías de mercado la estructura de bien común con dignidad humana exigiría ocuparse más de la humanización de las relaciones de trabajo. Esto incluye adaptar las nuevas tecnologías de la tercera y cuarta revolución industrial, que conllevan riesgos, pero también oportunidades para los trabajadores. También complementar el trabajo con el capital en función del principio central de dignidad humana: priorizando al trabajo sobre el capital, reconociendo la subjetividad de aquél, generando “niveles de clase media” en los empleos, salarios y demás condiciones laborales. Asimismo, evaluando siempre la posibilidad de implementar sistemas de co-determinación laboral y de participación en las utilidades y en el capital social.
Por último, la estructura de bien común con dignidad humana, en las economías de mercado, exigiría ocuparse más y mejor de la distribución de los beneficios económicos, incluyendo sistemas de distribución y redistribución de ingresos, patrimonios y acceso universal a buenos servicios de bienestar sanitario, educacional y previsional.
En los sistemas políticos democráticos, una estructura de bien común con dignidad humana exigiría, en primer lugar, una re-vinculación entre las instituciones representativas del Estado de Derecho, la sociedad civil, y una abrumadora mayoría de las personas que en la actualidad han perdido la confianza y se encuentran distantes de tales instituciones, y de una mayoría de actores políticos más bien interesados en la captura sectaria del poder. Para generar mayor confianza y legitimidad social en las instituciones y procedimientos políticos, la política democrática de bien común exigirá adaptar la Constitución y sus instituciones a los cambios contextuales. También una complejidad funcional que permita articular mejor el ejercicio de las funciones públicas en el marco de la mayor diferenciación social de la tardomodernidad. A lo anterior debería agregarse una condición de autonomías institucionales propia del Estado de Derecho democrático, sin perjuicio de poder cumplir el requisito de coherencia de las organizaciones y procedimientos públicos que evite una separación destructiva entre poderes del Estado.
También, la estructura de bien común con dignidad humana, aplicada a la política, exigiría compartir, en la mayor medida de lo posible, alguna visión común de la sociedad y de la historia y principios en base a los cuales existe cada nación y se proyecta hacia el futuro. No resulta suficiente una “versión delgada” de la sociedad basada sólo en intereses e instrumentalidades, sino que es necesario un sentido de comunidad nacional, con mayor cohesión social, donde los intereses individuales y de grupo sean capaces, en algún grado, de ceder a consideraciones de bien común. El conflicto de ideas e intereses, siendo inherente a la política democrática, tendría que ir unido a la capacidad de mediar acuerdos razonables y soluciones pacíficas, por cuanto la gobernabilidad es una condición comúnmente exigida por la sociedad civil y las personas tanto a la política como a las autoridades y representantes. El bien común político implicaría regenerar bienes relacionales en la política democrática, abandonando un énfasis absoluto, como ocurre actualmente, en el mercadeo político y la captura mediática, en beneficio de una política de convicciones, de sinceridad
y realismo político, evitando en la mayor medida de lo posible la desconfianza social, la enemistad en las relaciones y la polarización extrema.
En la sociedad civil, una estructura de bien común con dignidad humana supondría, en primer lugar, ampliar y fortalecer las clases medias. Pero en términos más generales, supondría darle mayor vitalidad a la sociedad civil, sustrayéndola de cualquier grado de colonización por parte de los duopolios mercantiles-regulatorios que se han formado en las sociedades occidentales. Esto en beneficio de las personas y sujetos colectivos que le dan vida con libertad y autonomía. La sociedad civil está llamada a generar incesantemente bienes comunes relacionales. Esto podría ocurrir en las familias, comunidades de fe, unidades territoriales vecinales o comunales, comunidades educativas, centros de salud, organizaciones culturales, gremios profesionales, y sindicatos, por ejemplo.
En sectores como la educación, la cultura, la salud y la previsión, la generación de bienes comunes relacionales por una sociedad civil más autónoma y con mejor institucionalidad, podría ser el carro que empuje la sociedad “hacia adelante” en una lógica de cooperación, reciprocidad y de competencia moderada, no destructiva. Su complementariedad con el Estado es necesaria, no simplemente contingente, porque el Estado siempre tiene que ejercer un rol normativo y un papel de ordenamiento general en las áreas vinculadas a los derechos universales básicos. Pero incluso en tales áreas la sociedad civil más libre y autónoma es necesaria para contribuir a personalizar el bienestar de las personas.
Aparte de las estructuras económicas, políticas y socio-civiles, una sociedad orientada hacia el bien común con dignidad humana necesita ocuparse de su sistema cultural. Una cultura de bien común significa, junto con valorizar las identidades y pertenencias culturales y religiosas, una coexistencia intercultural fructífera en la diversidad.
La deshumanización en la tardomodernidad occidental se ha expresado en fenómenos tales como el hiperfuncionalismo tecnológico-digital, el subjetivismo individualista y de egoísmo grupal, y el intento de imponer coactivamente o legalmente un minimalismo cultural y valórico con ideologías secularistas militantes o con ensayos multiculturales (fracasados) de tolerancia indiferente. Estos fenómenos han generado consecuencias negativas para la vida social, fomentando la indiferencia y restringiendo el conocimiento sobre las personas y realidades sociales. Tampoco han servido para prevenir, moderar o impedir la creciente guerra cultural y valórica que ha emergido en el interior de las sociedades occidentales.
En cambio, una cultura del bien común exige valorizar las identidades culturales, de creencias y valores, el “mundo común” referido por Hannah Arendt, que no sólo condiciona y sirve de guía a las personas, sino que también es condición para que cada persona pueda desplegar su propia existencia y libertad. En vez de la falsa disyuntiva entre “guerra cultural y valórica” o minimalismo/represión cultural y valórica, la cultura de bien común supone una transformación humanista que favorezca la racionalidad intercultural. La racionalidad intercultural está basada en una lógica relacional positiva, donde se procura vincular lo que es diverso, favoreciendo la especificidad de cada cultura y conjunto de creencias en el espacio público intermedio que existe entre ellas, un mundo común con libertad para quienes lo comparten, con reconocimiento del principio de libertad de las personas como seres humanos.
Tanto la reflexividad de las personas como una nueva reflexividad colectiva pueden ser capaces de generar razones más profundas para enraizar los valores finales en un terreno común sólido. Una racionalidad que es capaz de cruzar a todos los sectores culturales es aquella que deriva de la pertenencia común en la naturaleza humana, respecto de la cual las personas y grupos distinguen sus propias identidades. La racionalidad intercultural serviría para cimentar la integración social y cultural sobre razones ancladas en la dignidad humana, en la naturaleza común de las personas, sin afectar la dignidad de estas. Esta racionalidad incluiría la apertura entre las comunidades de fe y otras perspectivas humanistas, permitiendo con ello una mayor unidad relacional entre razón y fe.
III. Tercer núcleo. Un nuevo sentido personalista: antropología integral y crecimiento personal.
El crecimiento personal asociado a la sociedad del bien común con dignidad humana no sólo está basado en la filosofía humanista integral desarrollada por Maritain y Mounier durante el siglo XX, y en las ciencias sociales favorables a la rehumanización, sino que también ha recibido los aportes antropológicos integrales de intelectuales más actuales como Charles Taylor, Alasdair MacIntyre, Alejandro Llano, Leonardo Polo y Christian Smith
La buena coexistencia social no sería el simple resultado de la implantación empírica de un proyecto plasmado en determinadas formas estructurales y culturales en espera de ser ensayado o aplicado. También sería el efecto de manifestaciones humanas, expresadas en acciones y relaciones personales. Hay una continuidad entre la persona humana y el sistema social, que se manifiesta a través de la disponibilidad humana de oportunidades y alternativas, luego coordinadas por el mismo sistema social. Las personas van construyendo sus identidades y luego reflexivamente sus proyectos vitales alternativos, en base a las prioridades de cada una y a cómo se ordenan. Para que aparezcan estas alternativas, las personas deben ejercer su libertad en forma intensa. Además, como las opciones de unos tienen que ver con las de otros, la sociedad debe articular —éticamente, tanto para el bien común, así como el bien de cada persona— las alternativas de todos, porque están entrelazadas, en la sociedad civil, en la economía, en la política, en el mundo vital más próximo, y en la cultura.
Una pregunta clave que surge aquí es la siguiente: ¿qué hacer para compatibilizar el cambio de sistema estructural y cultural con el crecimiento personal y relacional? Esto además es importante porque el crecimiento de los sujetos como personas puede servir de ayuda para una transformación desde las diversas especies de individualismo hacia una relacionalidad más personal y social.
El mismo carácter individual de cada ser humano puede visualizarse no como una constante de cada sujeto, sino como algo que ocurre en un proceso de crecimiento como personas. Se trataría de un proceso de varias fases: la del sí mismo, la del yo, y aquélla de la persona. El sí mismo es diferencial y referido a lo externo; es una fase en que el ser se siente, entiende y reconoce como uno mismo frente al resto del mundo, que es distinto. En cambio, en la fase siguiente, de “yoización”, surge un centro, el yo. Éste no es sólo un conjunto de sentimientos, de conocimientos, de afectos, de vivencias propias, ensimismadas e inextricablemente necesitadas de lo externo. El yo significa que en el seno de sí mismo se destaca un centro en torno al cual se organiza todo el mundo propio.
El yo es apropiador, no es un ámbito separado del resto: toda la serie de experiencias, ensimismadas y exteriorizadas, pasan a tener al yo como un protagonista y a ser experiencias propias. Pero este desarrollo del yo todavía no es suficiente. El yo no perfecciona todas las instancias del sí mismo, sino que deja una parte que necesita ser perfeccionada por otra o en otra fase. Por eso, en el desarrollo normal del sujeto humano al tiempo del yo le sigue lo que puede llamarse el momento de la persona, que es algo más que el yo. La persona no es solamente el centro que se hace cargo de aquello que previamente ha quedado aislado como sí mismo, en una situación de gravitación y de integración, es quien dispone de todo eso. La persona no es el centro de atribución, el sujeto con propiedades, sino el que las moviliza y es capaz de proyectarlas, de ejercitarlas, de llevar adelante una tarea de aportación, de expansión.
Es la persona, en esta tercera fase, quien es capaz de un amor que comprende y se centra de un modo plural y elástico. Así como el yo es el centro de atribución único que recaba el sí mismo para sí, la persona es quien domina todo el conjunto propio que constituye el sí mismo, lo transforma en algo de lo que puede disponer y destinar. La persona no es un centro sino una capacidad de centrarse, de darse sin perderse. En la etapa de la persona, el sujeto, porque es capaz de disponer del sí mismo, se trasciende, es un individuo que se destina y que, al hacerlo, se integra de una manera correcta a la sociedad circundante, a la comunidad nacional y a las comunidades intermedias. Siguiendo esta misma línea, las personas humanas pueden libremente incluir la dirección trascendental divina en este crecimiento personal, dirección orientada hacia la relación e integración con personas divinas en su núcleo espiritual común: en el amor, la coexistencia con libertad, y el conocimiento orientado hacia lo real y verdadero.
En el individualismo se produce una interrupción del proceso de crecimiento de la persona, deteniéndose en la segunda fase del yo. En vez de avanzar hacia la plenitud personal, el individuo intenta estabilizarse en esta fase sin pasar a la siguiente, como resultado de lo cual lo más probable será que experimente una regresión, que incluso pueda retroceder del yo al sí mismo, pero como en definitiva el yo tampoco consigue una planificación completa del sí mismo al debilitarse los vínculos con la sociedad circundante, con las demás unidades colectivas y con las otras personas, el resultado final comprometerá la integridad del mismo individuo. El intento individualista de persistir como yo, como centro, sin darse a otras personas, lo anula. En cambio, el crecimiento en tres fases de los sujetos como personas conduce a una superación tanto del individualismo como de la soledad —signo de estos tiempos para algunos sectores—. Tiende a dejar atrás esa característica implantada en la cultura y en los sujetos de las sociedades de individuos, generando, en cambio, una dinámica relacional, consistente con las estructuras y cultura de una sociedad de bien común.
Por otra parte, para el personalismo humanista es esencial que las condiciones estructurales y culturales de la sociedad puedan generar contextos vitales favorables, incluyendo acceso a recursos, bienes y servicios básicos, para el crecimiento personal de todos, en la medida de lo posible. Pero estas condiciones estructurales y culturales, siendo necesarias para el crecimiento personal, no son suficientes. La práctica y disciplina de la inteligencia y voluntad, así como también los factores de contingencia y libertad que rodean la existencia humana, son elementos que influyen en esto. También hay que considerar los contextos y opciones que conducen a realidades más oscuras de los sujetos, por fallas o a fracasos en el crecimiento personal, a veces explicables por carencias contextuales materiales o culturales, otras por malas elecciones o influencias, y en algunos casos por la resistencia activa y persistente de los sujetos al crecimiento personal optando en cambio por caminos de estancamiento o que imponen costos destructivos a otros sujetos o a la sociedad. A lo anterior se pueden sumar carencias personales más graves orientadas al mal negligente o al mal instrumental, con efectos aún más negativos sobre la sociedad.
La fraternidad social, en general y al interior de las unidades y comunidades de la sociedad civil, favorece la confianza interpersonal e institucional, lo cual redunda también en mayor crecimiento personal. Esto es completamente indispensable para el buen funcionamiento de la sociedad humana y, a la vez, es fuente de mayor plenitud para las personas.
Para concluir, en términos más generales, pero no por ello menos urgentes, una sociedad más humanizada integralmente, con bien común, dignidad humana y crecimiento personal para todos, necesitará más trabajo intelectual por parte nuestra, sobre ideas, estructuras y contenidos, que sean útiles y prácticos para la nueva reflexividad social y juvenil, que es antecedente de una acción social y política eficaz. Espero que los núcleos doctrinales del humanismo integral, filosóficos, científico-sociales, y antropológicos, sirvan para contribuir al cumplimiento de esta responsabilidad intelectual y educativa.
El filósofo católico francés Jacques Maritain (1882–1973) publicó más de seis docenas de libros, sobre todo a lo largo de sus últimos cincuenta años de vida. Aunque eludió un compromiso político concreto, sus ideas cuentan con una evidente proyección en este ámbito, como es el caso del libro que estamos comentando. Al mismo tiempo, la temática de sus ensayos se movía entre la reivindicación de la escolástica y el pensamiento tomista, los estudios sobre la naturaleza humana de Jesús, y el problema de la existencia del mal ante la presencia de Dios, o los derechos humanos. Tal como recordaba en 1983 Juan Miguel Palacios, traductor de esta edición, la primera publicación de El hombre y el Estado fue en lengua inglesa (Chicago, 1951), seguida de una en idioma español en Buenos Aires y luego en el francés del propio autor (París, 1953), con correcciones y revisiones. En poco tiempo, la obra se tradujo al italiano y al portugués, y hubo una nueva edición inglesa (Londres, 1954). Todo ello nos da idea de la influencia y celebridad de un hombre a quien, años más tarde, el papa Pablo VI leería y escucharía con atención y asumiendo varias de sus propuestas.
Para leer el artículo completo: https://www.eldebate.com/cultura/libros/20230617/hombre-estado-reflexiones-sobre-nacion-soberania-poderes-publicos-iglesia_122080.html
Es posible formular una seria objeción a la teoría tomista-mariteniana del bien común. Dicha objeción consiste en que, si se da de antemano a la sociedad una noción de bien común, con un contenido ya bien definido, se estaría sustrayendo a los ciudadanos la posibilidad de definir por sí mismos cómo entienden y en qué consiste para ellos dicho bien común.
Cuando Hans Kelsen aborda el estudio de la cuestión de la definición del bien común, lo hace por remisión a la figura de Poncio Pilato: puesto que Pilato renuncia a buscar la verdad, puede, como gobernante, dirigirse libremente al pueblo para recabar su voluntad y decidir en consecuencia (Kelsen, 1966). Con otras palabras, el planteamiento de Kelsen es que sólo desde la más absoluta renuncia a la búsqueda de la verdad y desde la más firme neutralidad axiológica es posible orientar la acción del gobernante hacia una perspectiva puramente democrática.
La respuesta de Maritain se basa en una crítica al relativismo como base para la práctica democrática, al cual considera tan pernicioso como el absolutismo, ya que ambos cometen el mismo error, pero en sentido contrario: así, el absolutista atribuye al sujeto portador de verdad o de error la condición de valor o disvalor del objeto, de modo que quien posee la verdad puede imponerse como si fuera la misma verdad, y quien está equivocado debe ser proscrito como el mismo error. El relativista, al contrario, transfiere a todo objeto la tolerancia con que se debe tratar al sujeto. Para Maritain, no existe tolerancia verdadera en esta postura, ya que no respeta ni la verdad ni el itinerario personal de búsqueda de la verdad, sino que se limita a aceptar el hecho fáctico de la diversidad para evitar el conflicto. Para él la tolerancia tiene que ver con afirmar el derecho a la verdad con la afirmación del valor de la opinión del otro, como expresión de la dignidad de su búsqueda de la verdad. En todo caso prima el valor de la verdad reconocida en relación con la dignidad del sujeto (Botturi,
1994, pág. 34), por lo que la tolerancia no supone una quiebra de la amistad cívica. El significado que Maritain atribuye al término tolerancia no es equivalente a la idea de soportar (lo cual esconde una actitud integralista) ni a la de indiferencia (que encubre el escepticismo), sino que remite a una actitud de dialogo che si realizza nell’amicizia, cioè nel confronto e nella collaborazione (Emmanuele, 2010, pág. 13).
Viotto matiza que esta amistad invocada por Maritain no es supradogmática, sino suprasubjetiva. Es decir, no nos hace salir de nuestras creencias, sino de nosotros mismos, y apuntar -una vez más- a la posibilidad de acuerdos prácticos más allá de las discrepancias teóricas (Viotto, 2010, pág. 36).
Desde esa perspectiva de colaboración y amistad, la solución propuesta por Maritain invoca una fe democrática secular compartida por hombres pertenecientes a tradiciones filosóficas y religiosas muy diversas que permite que todos ellos se comprometan a trabajar juntos por el bien común. De este modo, la acción conjunta está más arraigada en una semejanza analógica de sus principios prácticos que en una idéntica y dogmática concepción teórica. Este planteamiento es absolutamente coherente con la participación de Maritain en la Declaración Universal de los Derechos Humanos auspiciada por la ONU en 1948, y que se basó en la búsqueda de un acuerdo meramente práctico, sin pretender una común adhesión a sus fundamentos teóricos.
Sin embargo, es obligado señalar que la idea de tolerancia en Maritain es cuanto menos cuestionable, ya que su ideal democrático secular apunta a la necesidad de un Estado laico vitalmente cristiano; es decir, una democracia que, reconociendo la libertad religiosa y el derecho de participación de todos en la vida pública, se rija por un ordenamiento jurídico inspirado en los principios evangélicos. En palabras de Zanotti, se trata aquí de lo que se ha llamado confesionalidad sustancial (2012, pág. 122).
A este respecto, el planteamiento de Maritain se desarrolla -una vez más- en un terreno poco firme en el que el autor intenta conjugar de forma armónica, por un lado, una decidida aspiración a la tolerancia y a la participación de todos y, por otro, una inspiración social vitalmente cristiana. La respuesta del autor es que la colaboración en esta fe democrática secular de muy distintas tradiciones filosóficas no implica dispersión, sino unión en una misma obra común; así lo observa Castillo Velasco:
Pluralismo es diversidad, es decir libertad. Pero, al mismo tiempo, es unidad. Se trata de una libertad para la comunidad. No es, por tanto, una especie de dispersión, de democracia individualista. Es la libertad que sirve al interés general (Castillo, 1987, pág. 9).
Pero esta diversidad no significa que el contenido del acuerdo práctico sea totalmente contingente y transitorio, lo cual entraría en contradicción con la propia naturaleza de la democracia -como sucedió en los sistemas del individualismo liberal-burgués-. Al contrario, una democracia auténtica implica para Maritain el consenso sobre lo que constituye la base de la vida común, un credo humano común que la democracia debe ser capaz de promover y defender.1 Maritain entiende dicho credo como una racionalización ética de la vida social (Emmanuele, 2010, pág.12), y su contenido se basa en un acuerdo práctico sobre principios que no son puramente procedimentales (Viotto, 1985, pág. 143 y ss.):2 el respeto a los derechos humanos, la concepción no autoritaria del Estado, la igualdad, la tolerancia, la tradición, la amistad civil y el amor por la patria. Dicho con otras palabras, ese credo remite necesariamente a la idea de persona y no a la de individuo, ya que es imposible conciliar democráticamente las aspiraciones de los individuos con las necesidades del bien común (Chamming’s, 2007, pág. 65). En palabras de Papini, esa nueva democracia a la que aspira Maritain no es sólo un sistema de gobierno, sino también un ideal de vida en común y, en cuanto tal, basado sobre valores: se trata de una democracia inervada sobre valores cristianos (Papini, 2011, pág. 232). De este modo -altamente inestable, como decíamos- pretende salvar Maritain el difícil balance entre pluralismo y confesionalidad sustancial.
Cooper articula esta fe democrática secular con las ideas de justicia de Maritain, y las sintetiza en el concepto de capitalismo democrático, que el propio Cooper considera fundamentado sobre tres columnas: libertades políticas, económicas y culturales (Cooper, 1988, pág. 151):
- En la esfera política, Cooper se refiere al conjunto de instituciones, derechos y responsabilidades ciudadanas que caracterizan el autogobierno democrático (sufragio universal, gobierno representativo, poder judicial independiente, etc.).
- En la esfera económica, hace alusión a mercados abiertos y transparentes, protección de la propiedad privada, regulación de la actividad económica, mecanismos de welfare, y los correspondientes derechos y responsabilidades de los trabajadores y sus familias.
- En la esfera cultural, Cooper considera el conjunto de instituciones propias de una sociedad pluralista y tolerante, como las distintas iglesias e instituciones religiosas, prensa libre, sistema educativo no orientado ideológicamente, asociaciones de voluntariado y entidades que incorporan el variado abanico de intereses presentes en la sociedad, junto a los correspondientes derechos y responsabilidades ciudadanos.
En cualquier caso, el propio Maritain planteó en algunas ocasiones la necesidad de renovar el término capitalismo. En la obra Reflections on America, el autor narra que en 1950 el editor de una revista escribió un artículo titulado Wanted: a new name for capitalism en el que invitaba a los lectores a enviar sugerencias para renovar el término. Se recibieron más de 15.000 respuestas, como industrial democracy, economic democracy, new capitalism, democratic capitalism, distributivism, mutualism, productivism... También Maritain hace en dicha obra su sugerencia: humanismo económico. Cooper entiende así esta expresión:
He advocated an economy in which every agent in the productive process, acting with intelligent self-interest, would receive his due proportion of the material reward. Further, there would be freedom to initiate a business for its possible rewards; there would be equality of opportunity in a relatively classless system, with a high degree of upward (and downward) social mobility, and there would be a bond of civic friendship that generated obligations to honesty and fairness in business dealings (Cooper, 1988, pág. 153).
Sin embargo, creemos que esta comprensión de Cooper resulta pobre y limitada. El hecho de actuar with intelligente self-interest es propio de la conceptualización de Adam Smith en La riqueza de las naciones, en la que se fundamenta toda la posterior elaboración neoclásica. Sin embargo, la concepción de Maritain de la motivación humana en el ámbito socio-económico va mucho más allá.
Progresivamente, la idea de fe democrática secular va cobrando creciente importancia en la obra de Maritain, especialmente a consecuencia de su paso por EE.UU. En este sentido afirma Paul Valadier que, después de 1940, al tiempo que el pensamiento de Maritain sobre la nueva cristiandad se desarrolla y evoluciona, deja de utilizar el término para reemplazarlo por el de nueva democracia. Más allá de plantear una estéril polémica sobre si ambos términos son equivalentes, Valadier afirma que la idea de democracia deviene para el filósofo francés una auténtica fe cívica compartida por toda la sociedad a través de la carta democrática y que supone un relanzamiento del vínculo entre política y moral como exigencia de una democracia viva y no puramente procedimental (Valadier, 2007, pág. 99). Valadier llega a sostener que, a partir del paso de Maritain por EE.UU., la democracia toma en el sistema de Maritain el lugar de la cristiandad, ya que la considera el régimen normal de responsabilidad política y de compromiso de los cristianos, y la forma política en la que debe concretarse el compromiso evangélico (Valadier, 2007, pp. 59-60).
En la misma línea, Papini afirma que, a consecuencia de la estancia de Maritain en EE.UU., Maritain profundiza su pensamiento político con categorías más laicas, más cercanas a la filosofía política y a la ciencia política contemporáneas. También cambia su lenguaje, no habla más de “nueva cristiandad” sino de “nueva democracia”, considerándolos casi sinónimos. Prosigue Papinini planteando que, a partir de entonces, ya no habla más sólo de pluralismo, sino que progresivamente va afirmando la idea de democracia personalista —no sólo política sino también económica y social— que se opone a la democracia liberal y capitalista (Papini, 2011, pág. 232).
Zanotti ha visto en el concepto mariteniano de fe democrática secular lo que Rawls denominaría posteriormente razón pública, donde no se presupone ninguna razón metafísica particular en el debate público. El propio Zanotti reconoce que la visión de ambos autores es distinta, ya que Maritain sí parte de la metafísica tomista para fundamentar los derechos humanos, aunque sabe que no todos la van a compartir. Por eso -prosigue Zanotti- Maritain llama a compartir una fe común en los valores democráticos, fundados más en su praxis cotidiana que en su fundamentación teórica (Zanotti, 2012, pág. 125). Esta búsqueda de consensos prácticos, como ya hemos repetido, fue la clave de la participación del filósofo parisino en la Declaración de Derechos de la ONU de 1948.
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1 Desde esta misma perspectiva orientó su trabajo en la UNESCO para la preparación de la Declaración de los Derechos Humanos auspiciada por la ONU en 1948.
2 A este respecto, como acertadamente afirma Viotto (1985, pp. 143 y ss.), Maritain entiende el pluralismo no como una filosofía, sino como una metodología.
Bibliografía:
Botturi, F. (1994), “Ragion pratica e politica nel personalismo di Jacques Maritain”, Divus Thomas, nº 7, pp. 9-38.
Castillo, J. (1987), El Humanismo Integral de Jacques Maritain. Santiago de Chile, Seminario del Instituto Chileno de Estudios Humanísticos.
Chamming’s L. (2007). "Actualité de Humanisme intégral : perspectives pour un nouvel âge de civilisation", Cahiers Maritain nº 55, pp. 61-76.
Cooper, J. W. (1988), “Natural law and economic humanism” en John F.X. Knasas (coord.), The man and his metaphysics. Belaire, Texas, Desktop Publishing Center.
Kelsen, H. (1966), I fondamenti della democrazia. Bolonia, Il Mulino.
Papini R. (2011), “Jacques Maritain, su pensamiento político y el humanismo cristiano hoy” en VV.AA. ¿Hacia una nueva era? Bilbao, Deusto Digital.
Valadier, P. (2007), Maritain, à contre-temps. Pour une démocratie vivante. París, Desclée de Brouwer.
Viotto, P. (1985), Per una filosofia dell’educazione secondo J. Maritain. Milán, Vita e Pensiero.
Viotto, P. (2010), “Dalla cristianità istituzionalizzata alla città dell’uomo”, Notes et documents nº 16, pp. 25-38.
Zanotti, G. J. (2012), “Jacques Maritain, su pensamiento político y su relevancia actual”, Revista de Instituciones, Ideas y Mercados nº 57, pp. 115-139.
Jacques Maritain (Parigi, 18 novembre 1882 – Tolosa, 28 aprile 1973) è stato un filosofo francese, allievo di Henri Bergson, convertitosi al cattolicesimo. Autore di più di 60 opere, è generalmente considerato come uno tra i più grandi pensatori cattolici del XX secolo. Fu anche il filosofo che più di ogni altro avvicinò gli intellettuali cattolici alla democrazia allontanandoli da posizioni più tradizionaliste. Papa Paolo VI lo considerò il proprio ispiratore. A conferma di ciò, alla chiusura del Concilio Vaticano II fu a Maritain, quale rappresentante degli intellettuali, che Paolo VI consegnò simbolicamente il proprio Messaggio agli uomini di pensiero e di scienza. In continuità con papa Montini, Papa Giovanni Paolo II affermerà: «Anche il Concilio Vaticano II prescrive, come sappiamo, lo studio e l’insegnamento del patrimonio perenne della filosofia, del quale una parte insigne è costituita dal pensiero del Dottore Angelico (a questo proposito mi piace ricordare che Paolo VI volle invitare al Concilio il filosofo Jacques Maritain, uno dei più illustri interpreti moderni del pensiero tomistico, intendendo anche in questo modo esprimere alta considerazione verso il Maestro del XIII secolo e insieme verso un modo di far filosofia in sintonia con i "segni dei tempi")», Discorso di Giovanni Paolo II al Pontificio Ateneo Angelicum, 17 novembre 1979.
Queste notizie minime insieme a moltissime altre si trovano in rete, e risultano agevolmente disponibili. Per comprendere la vita dei coniugi Maritain del tutto fondamentale rimane l’opera I grandi amici della moglie Raissa. Essa narra la loro sete di verità, che non riusciva a trovare risposta nelle lezioni dei docenti della Sorbona imbevuti di relativismo e scetticismo: «Avevamo appena esaminato ciò che ci avevano portato due o tre anni di studio alla Sorbona; senza dubbio un bagaglio abbastanza importante di conoscenze particolari scientifiche e filosofiche, ma quelle conoscenze erano minate alla loro base dal relativismo degli scienziati, dallo scetticismo dei filosofi. Noi non appartenevamo affatto, con i nostri scarsi vent’anni, al gruppo dei seguaci dello scetticismo, che lanciano il loro “che ne so io?” come il fumo di una sigaretta e trovano d’altra parte la vita eccellente. Eravamo, con tutta la nostra generazione, le loro vittime…Quest’angoscia metafisica che penetra alle sorgenti stesse del desiderio di vivere, è capace di divenire una disperazione totale e di sfociare nel suicidio. È un’angoscia di questa specie che ho vissuto allora; ma essa fu guarita, che mi è difficile, dopo tanta dolcezza e felicità, risentirla nuovamente in tutta la sua amarezza. Senza dubbio altre angosce sono venute, altri dolori, spesso immensi; ma quell’angoscia lì non l’ho più conosciuta. Tuttavia non l’ho dimenticata: non si dimenticano le porte della morte».
A rinnovare e allargare l’illuminazione spirituale che, dipartitasi dai Maritain, ha raggiunto tante anime, è appena uscito in Francia un volume atteso da tempo: Jacques & Raissa Maritain, Lettres intimes - Tome I (1901-1932), Desclée De Brouwer, avril 2023. Esso, che include la corrispondenza intima, intrattenuta dai due sposi per tutta la vita, sarà in grado di disvelare la vicenda di un rapporto coniugale, spirituale, intellettuale che probabilmente ha rari paragoni nelle relazioni tra un uomo e una donna.
Fu il domenicano H. Clérissac a invitare Raissa a leggere la Summa Theologica di San Tommaso d'Aquino. L’illuminazione della lettura coinvolge il marito, che vede in nell’Aquinate la conferma di molte sue idee. I due «comprendono che si può giungere all'Assoluto non solo con la fede ma anche con l'intelletto e l'uso corretto della ragione». Scrive Maritain: «Fu dopo la conversione al cattolicesimo che conobbi S. Tommaso; io, che ero passato con tanto entusiasmo attraverso tutte le dottrine dei filosofi moderni e non vi avevo trovato che delusione e grandiose incertezze, provai allora come un'illuminazione della ragione; la mia vocazione filosofica mi veniva restituita in tutta la sua pienezza». Il tomismo, secondo Maritain, è una filosofia progressiva, capace di inglobare nel suo cammino tutte le verità che implicitamente sono presenti nei diversi sistemi filosofici, che si succedono nella storia della cultura e della società. «il tomismo non rifiuta gli apporti della filosofia contemporanea, ma vuole garantire l'autenticità del discorso filosofico che si differenzia dalla metodologia delle scienze matematiche e delle scienze sociali, perché si muove a livello della intelligibilità dell'essere ed ha per oggetto non la misura di ciò che cambia, ma la contemplazione di ciò che permane».
In I grandi amici è presente la casa dei Maritain a Meudon, per vent’anni luogo privilegiato di incontri culturali di filosofi, teologi, scrittori, poeti. Tra gli altri segnalo il filosofo E. Borne che intervistai nel 1982 per la rivista Vita e Pensiero. Egli ricorda quelle domeniche di studio attorno ad un tema: «Meudon era un'altura dello spirito e un punto di incontri spesso insoliti, dove a volte si annodavano, per gli uni o per gli altri, i fili dei loro destini… Non era una torre d'avorio. Ci si teneva in ascolto dei problemi del mondo a una svolta decisiva del nostro secolo: la grande depressione che sembrava suonate a morto per il sistema capitalistico, l'ascesa dei fascismi e del nazismo, la condanna dell'«Action française» e, più in generale, la scoperta da parte della Chiesa del pericolo rappresentato da tutte le forme del paganesimo politico, il consolidamento all'Est, nel silenzio e nel mistero, del sistema comunista. Di fronte al fallimento e al declino delle idee o dei regimi tradizionali, e in primo luogo di quelle e di quelli che si credevano-liberali e progressisti, si trattava di creare degli strumenti intellettuali che permettessero di pensare la crisi nelle sue molteplici dimensioni e di aprire, malgrado gli avvenimenti apocalittici di cui si avvertiva l'approssimarsi, una breccia alla speranza».
L’opera di J. Maritain è stata una potente rivendicazione della filosofia. A proposito del suo libro postumo Approches sans entraves (Fayard 1974), osservavo su Vita e Pensiero che «tutta l'opera di Maritain è direttamente o indirettamente una rivendicazione a favore della filosofia, una lunga e appassionata apologia della filosofia, e di colpo anche una probante “dimostrazione di filosofia”, che liberamente si afferma per il semplice fatto di vivere e di esistere nella sua opera». Perché rileggerla e riscoprirla oggi? Forse la risposta migliore scaturisce dalla lettera autografa che Giovanni Paolo II indirizzò a Giuseppe Lazzati, Rettore dell’Università Cattolica del Sacro Cuore, in occasione del Convegno Internazionale in onore del filosofo francese promosso in tale sede. Il testo è pubblicato qui accanto.
A queste considerazioni ne aggiungo una, su cui rifletto da lungo tempo e a cui adesso vorrei dare voce. Maritain è stato un nome e una figura in genere rispettata, ma il suo pensiero è stato ed è assai poco conosciuto direttamente; e con il progredire degli anni il fenomeno si accentua. Una cosa è leggere qualche breve sintesi (quasi un ‘bignami’) più o meno felice del suo pensiero, tutt’altra è leggere direttamente i suoi testi. Anche quando una tale lettura vi è stata, essa si è rivolta in specie al Maritain filosofo della politica e personalista, e in certo modo alla sua elaborazione sull’arte, e quasi nulla sul resto. Molto meno conosciuto e talvolta del tutto ignorato è perciò il Maritain metafisico, filosofo della conoscenza nei suoi vari ambiti (teoretico, morale, scientifico, poetico, conoscenza per connaturalità, etc.), pensatore delle molteplici dimensioni del reale e grande prosecutore della filosofia dell’essere e della sua metafisica nella modernità. Da circa un secolo il semplice volgersi alla metafisica è ritenuto una falsa partenza: la parola d’ordine universale è l’addio definitivo a tale discuplina e la vittoria del pensiero postmetafisico. J. Habermas ha editato un volume di 1700 pagine (Una storia della filosofia) per celebrare la nuova visione vincente. Il sottotitolo della Parte I esprime vividamente gli intenti dell’autore: “Per una genealogia del pensiero postmetafisico” (Feltrinelli, 2022).
Ma veniamo al punto. A mio parere nella galleria dei grandi filosofi moderni Maritain per altezza di pensiero e potenza elaborativa nei vari ambiti della ricerca filosofica, nessuno escluso, si colloca accanto a Cartesio, Kant, Hegel, risultando superiore nei loro confronti sul decisivo problema del rapporto tra pensiero ed essere, tra razionale e reale, ben lontano tanto dall’infausto dualismo cartesiano-kantiano, quanto dal mito idealistico (vedi Hegel e Gentile ma non solo), che trasforma arbitrariamente una logica in ontologia. Sette lezioni sull’essere, I gradi del sapere, il Breve trattato dell’esistenza e dell’esistente, Riflessioni sull’intelligenza, Da Bergson a Tommaso d’Aquino danno la misura di questa impresa speculativa, in cui sarebbe vano parlare di oblio dell’essere. I gradi del sapere (1932), grande ricognizione sull’albero dei saperi razionali e soprarazionali (la sapienza mistica), chiude tre secoli dopo il circolo speculativo iniziato dal Discorso del metodo (1637), mostrando l’ineliminabile molteplicità dei saperi-scienze e l’impossibilità di ricondurli alle scienze dure della modernità (su ciò vedi il mio Ritorno all’essere. Addio alla metafisica moderna, Armando 2019). I seguaci del pensiero postmetafisico volenti o nolenti attribuiscono alla filosofia un posto residuale e secondario, e non sono al corrente della grande tradizione della filosofia dell’essere. Essa dura da circa 8 secoli, e nulla se non l’inerzia la può rimuovere dalla vicenda della filosofia.
Dobbiamo sormontare la destructio speculativa penetrata in profondità nel pensiero occidentale a partire da Nietzsche, portata avanti da Heidegger, e per quanto concerne l’Italia dal neoparmenidismo severiniano. A ragion veduta non nutro fiducia nel fatto che il variopinto pensiero postmetafisico di moda possa costituire una soluzione dinanzi alla crisi metafisica, morale e antropologica che corrode da tempo e in profondità l’Occidente. In merito la più grande delle illusioni è che le presenti filosofie residuali, spesso ridotte a qualche tipo di etica manipolata dagli allettamenti della volontà di potenza, possano sostenere con speranza di successo il confronto multilaterale del complesso scienza-tecnica che coinvolge tutti i lati dell’essere umano e del sistema ecologico. L’illusione dell’etica senza metafisica attrae e lusinga non pochi credenti, i quali ritengono che non si debba più parlare di essere e di verità, perché sarebbe sufficiente un appello alla coscienza morale.
In certo modo al fondo dei nostri problemi sta l’assunto dell’innocenza del divenire, di cui disse Nietzsche. Un divenire innocente è sempre quello che deve essere, non ha più bisogno di essere giustificato, perché è già giusto; ha in sé il suo senso o, il che è lo stesso, non ha più alcun senso morale. Abbiamo veramente compreso il significato di questa affermazione? Essa significa che il cambiamento e la trasformazione di qualsiasi tipo sono innocenti: non vi è colpa alcuna in tutto ciò che accade. La morale (il bene, il male, la libertà, la colpa e la pena, etc.) è liquidata. Dite a tutti che niente è male, e che in tutto ciò che accade appare una risplendente innocenza.
Vittorio Possenti
Hablar de Vittorio Possenti (Roma, 1938) es hacerlo acerca de uno de los filósofos vivos más relevantes del pensamiento católico contemporáneo. Según nos cuenta la revista de Filosofía Open-Insight, sus investigaciones en el ámbito de la metafísica, de la filosofía política y de la biotecnología lo hacen un pensador poseedor de un corpus philosophicum de gran calado (más de 35 volúmenes y más de 500 artículos científicos así lo muestran). No oculta sus raíces y sus deudas: el pensamiento clásico, Tomás de Aquino, y los principales filósofos y teólogos contemporáneos. Ello le ha permitido abordar los principales temas contemporáneos tanto en el orden teorético como en el práctico. No es menor su incidencia en los asuntos sociales, políticos y jurídicos de nuestro tiempo, no sólo en Europa sino también en América, en donde su reflexión ha estado presente. En 1958 leyó el Humanismo Integral de Maritain y desde entonces se ha convertido en un estudioso de su pensamiento.
Vittorio Possenti ha enseñado Filosofía moral y política en la Universidad de Venecia. Es miembro del Comité Nacional para la Bioética, de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino y de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales. Dirige el anuario de filosofía Seconda Navigazione. Entre sus numerosas publicaciones, cabe destacar títulos como Dios y el mal, La revolución biopolítica y Filosofía y revelación.
Este artículo, del Osservatore Romano, fue publicado el 25 de abril de 2023.
Las últimas décadas del siglo XX
A medida que la dirección del INEHCA y los amigos de Diàlegs me han insistido en presentar por escrito la exposición que hice en la mesa redonda que tuvo lugar el 4 noviembre de 2003 me he visto obligado a cambiar el título inicial. La mesa redonda llevaba por título La influencia de Jacques Maritain y en ella me correspondió presentar la influencia en el conjunto de los partidos demócrata-cristianos españoles y europeos. En lugar de redactar unas páginas sobre esta influencia de la que ya hay constancia escrita en numerosas y acreditadas publicaciones las he decidido redactar sobre su proyección política en el siglo XXI. Mi acercamiento a Maritain no se produjo a través los estudios reglados de Historia de la Filosofía Contemporánea a principios de los años ochenta en los que terminé lo que entonces se llamaba el segundo ciclo de Filosofía. Fue nada más terminar la carrera y por el contacto que mantenía con Carlos Díaz, quien no sólo me permitió hacer las prácticas en su instituto, sino que me invitó a que escribiera el volumen del personalismo que por entonces él coordinaba para la Editorial Cincel. Fue un reto importante porque me veía obligado a resumir toda la historia del personalismo en apenas 200 páginas. Hoy sabemos que aquella colección se amplió por el interés que despertó y dedicó números monográficos a Maritain, Levinas o Zubiri, pensadores que, en un principio, sólo tenían cabida en la colección en un libro que llevaba por título Un humanismo del siglo XX. El personalismo.
De estos años, un momento importante fue el verano de 1981 cuando Eugenio Nasarre organizó en la UIMP un curso que prepararía el centenario de su nacimiento (1882). El curso llevaba por título “Jacques Maritain: su teoría de la sociedad democrática, hoy”, en él se dieron cita personajes importantes que hicieron balance de la presencia de Maritain en Chile (el ex ministro Jaime del Castillo), en Venezuela (Rafael Caldera), en Francia (Jean Lecat, Marcel Merle, Etienne Borne), en Cataluña (Ramón Sugranyes), en Italia (Roberto Papini, Antonio Pavan) y en el conjunto de España: Fernando Álvarez de Miranda, Juan García Barbón e Iñigo Cavero. Este último ha sido quien ha representado a la sección española del Instituto Maritain y quien de forma persistente ha reivindicado su actualidad para la formación de cuadros sociales, culturales y políticos.
Fueron tiempos en los que arrancaba el Instituto Emmanuel Mounier y donde se iniciaba todo un programa de trabajo en el que se mantendría el interés filosófico, cultural y socio-político por Maritain. Un interés filosófico que contrastaba con el desinterés político que tenían las distintas familias de políticos demócrata-cristianos o social-cristianos. Aquellos políticos que articularon la UCD estaban más preocupados por consolidar la democracia y clarificarse estratégicamente que por tener banquillo y cantera para sus proyectos. Esta preocupación se mantenía de manera especial en la Cátedra Cristianismo y Vida Pública que, con la ayuda de la Fundación Humanismo y Democracia, organizaba periódicas sesiones de trabajo sobre temas de interés social, político y religioso. Con el esfuerzo de su director, el profesor Juan María Laboa, la influencia política de Maritain estaba en el trasfondo de los seminarios cuando planteábamos las bases éticas y políticas de la presencia de los cristianos en la vida pública.
También en 1986 se celebró el cincuentenario de la publicación de Humanismo Integral y con este motivo el CEU San Pablo de Madrid y el Instituto Internacional Jacques Maritain organizaron un seminario sobre su obra. Un año más tarde aparecía el volumen que la editorial Cincel le dedicó con el título El pensamiento de Jacques Maritain, con la autoría formal de Juan Ramón Calo y David Barcala pero con la autoría real de Carlos Díaz quien coordinó y redactó el texto. Estos fueron dos momentos significativos en el mantenimiento del interés por Maritain dentro de la cultura política española.
En el ámbito jurídico y académico de los años ochenta, Maritain es reivindicado de una manera muy especial por el entonces profesor-diputado y hoy rector de la Universidad Carlos III, Gregorio Peces Barba. Digo de una manera “especial” porque con Maritain arrancaba y se constituían las bases filosófico-jurídicas para organizar espacios de investigación sobre los derechos humanos. Además, para este profesor, Maritain desempeñaba dos papeles importantes en aquel momento cultural y político: por un lado, era un “símbolo” para tomar distancias con el catolicismo del régimen de Franco, un régimen que despreció el catolicismo “liberal” del pensador francés. Por otro lado, era un “puente” entre el antiguo mundo académico de la filosofía jurídico-política donde se profesaban escolásticas neotomistas y el nuevo mundo académico de la filosofía del derecho donde se profesaría el “iusnaturalismo positivista” de los derechos humanos (que algunos han llamado iuspositivismo).
Expectativas de tradición: el personalismo comunitario
Cabría pensar que la actualidad filosófica y política de Maritain está condicionada por la apropiación que de él han hecho los partidos políticos demócrata cristianos, sin embargo, en nuestro país, esa apropiación -cuando se ha dado- no sólo ha estado llena de polémicas y malentendidos más caracteriológicosque conceptuales, sino que ha sido, en líneas generales, más programática que sociológica. En los últimos años del siglo XX, Maritain ha permanecido, entre un conjunto plural de autores, como una referencia genealógica más que una referencia práctica, es decir, como un personaje importante en los orígenes de la democracia cristiana europea, pero una referencia que se ha sabido actualizar cuando se ha intentado responder a los nuevos desafíos políticos. Tampoco ha sido gestionada su presencia desde ninguna asociación o grupo con relevancia social o cultural, como si Maritain no planteara importantes desafíos ante una sociedad civil europea post-metafísica, desnortada de valores y convicciones. Una sociedad civil que no es la de los años 60 y 70 como se pensaban los responsables de formación de los partidos demócrata cristianos que han intentado continuar la obra de Maritain en los años 90.
Hasta hace pocos años, sólo había sido reivindicado en el Instituto Emmanuel Mounier como una figura importante del personalismo comunitario. Esto significa que, salvo esta excepción, su pensamiento completo no ha sido debatido o integrado con profundidad en ninguna tradición filosófica, social o política. No se trata de algo que haya pasado únicamente con Maritain, se trata de un fenómeno habitual dentro del pensamiento contemporáneo: el olvido de la tradición, las tradiciones y, en general, la falta de memoria histórica en el pensamiento contemporáneo. Este hecho se podría interpretar como la pretensión contemporánea de darle la espalda al pasado y mirar hacia el futuro sin miedo o sin hipotecas conceptuales que dificulten la aventura de pensar cada época como nueva. Sin embargo, también puede interpretarse desde la pretensión contemporánea de instalarse y pensar el presente sin historia, es decir, sin todo lo que significa la historia para la reflexión filosófica, social y política. Esta pretensión no sólo se conforma con dar la espalda al pasado, sino que entiende la historia en términos puramente arqueológicos, como si las tradiciones o la historia misma fueran elementos sin vid
A finales de los años noventa y principios del siglo XXI se ha producido una transformación en la relación que el pensamiento contemporáneo ha tenido con la historia. Urgido por los nuevos desafíos globales derivados de la explotación indiscriminada del planeta, el subdesarrollo y, sobre todo, las posibilidades de intervenir tecnológicamente en la evolución genética de la especie humana, el pensamiento contemporáneo ha empezado a tomarse en serio la dimensión histórica de la inteligencia humana. El hecho de que la “responsabilidad” se haya convertido en la categoría moral por excelencia es todo un síntoma de que las respuestas a los desafíos del presente no pueden ser ciegas.
En este sentido, el acercamiento que se ha producido a la obra de Maritain en los últimos años ha despertado lo que podríamos llamar “expectativas de tradición”. Las investigaciones de Jordi Giró, Juan Manuel Burgos y, sobre todo, el trabajo incansable de Carlos Díaz , han mantenido vivas las expectativas de una rica tradición como la del personalismo comunitario donde la responsabilidad ha sido una categoría central. En este contexto, la vida y la obra de Maritain pueden adquirir una renovada proyección filosófica y política. Esta proyección viene justificada por algunos desafíos importantes que pueden hacer atractiva no ya la respuesta de Maritain, sino su ayuda para ofrecer una respuesta propia en continuidad crítica con la tradición del personalismo contemporáneo. Sin ánimo de ser preciso, y en continuidad con reflexiones anteriores sobre el papel de las tradiciones religiosas en la política liberal, me atrevo a indicar algunos desafíos que hoy siguen estando latentes.
1.- El desafío de las relaciones entre razón y fe
Maritain se planteó con sinceridad estas relaciones en un tiempo donde aún existía el intento de crear una moral laica que fuera alternativa a una moral católica, poco atractiva para mentalidades jóvenes y creativas. Hoy las posiciones están menos delimitadas y clarificadas, sobre todo porque nuestro tiempo ha sido descrito como un tiempo de increencia donde la diferencia sociológica entre creyentes y no creyentes es más imprecisa
El debate sobre los diferentes modelos de racionalidad y el papel que en ellos juega (o deja de jugar) la metafísica es todo un síntoma de la importancia que siguen teniendo las creencias (o su ausencia) y la fe (o su ausencia) en la construcción de cualquier sistema filosófico. Con el término “metafísica” no está en juego únicamente una parte importante de la filosofía o un modo de entenderla, sino la posición que estemos dispuestos a tomar ante los diferentes humanismos contemporáneos. Se abren así debates sobre las relaciones entre una razón inmanente y una razón trascendente donde estamos obligados a preguntarnos por el carácter antropocéntrico, teocéntrico o cosmocéntrico de nuestros presupuestos filosóficos.
2.- La integración de las identidades en la sociedad del conocimiento
Después de su conversión, Maritain quiso ser consecuente con su identidad cristiana y por ello se planteó cómo hacer presente el Evangelio en todos los ámbitos de la vida. Hoy sigue siendo necesaria esta presencia militante y convencida, sin embargo, es difícil plantear esta presencia después del Concilio Vaticano II con los términos de reinvención de la cristiandad medieval y reconstruyendo los argumentos tomistas. Más aún cuando, por otro lado, creyentes de otras tradiciones como la musulmana quieren islamizar el mundo.
El debate sobre el conflicto de civilizaciones que se ha planteado en la teoría política contemporánea ha puesto de actualidad la pluralidad de fuentes de la que se nutre lo que llamamos civilización occidental. Lo que Maritain llamaba “verdadera y auténtica cristiandad” no se identifica en su integridad como lo que Samuel Huntington llamaría “civilización occidental”, menos aún con los métodos integristas, fundamentalistas y totalitarios de quienes desean imponer sus identidades por medio de la violencia. Los errores de la univocidad y la equivocidad con los que se plantean las relaciones entre fuentes religiosas de la identidad, sus realizaciones culturales y sus consecuencias políticas se siguen manteniendo cuando se hace abstracción de las prácticas religiosas, las tradiciones, los universos simbólicos y las diferentes actitudes morales con las que se promueve una identidad. El mantenimiento crítico del cristianismo como una fuente religiosa sobre las que cabe razonabilidad y argumentabilidad, la pretensión de mantener con fundamento racional unas propuestas filosóficas y religiosas no puede identificarse con el fundamentalismo.
La vida democrática no es más reflexiva, razonable, atractiva y participativa por el hecho de que los ciudadanos dejen de lado sus identidades en los espacios públicos de argumentación. La gestión democrática de una pluralidad de identidades como la que hoy existe en sociedades abiertas no es más eficiente o responsable cuando se hace abstracción de las identidades personales o comunitarias sino cuando estas se ponen a prueba en los espacios públicos de argumentación. En la sociedad del conocimiento no podemos tener una concepción restringida de “conocimiento”, como si éste se redujera a información disponible y almacenada, sin relevancia existencial, moral o religiosa.
3.- Independencia y compromiso en la aplicación del conocimiento
Hay dos hechos importantes en la obra de Maritain que no podemos pasar por alto: por un lado su crítica permanente al positivismo cientificista que estaban desarrollando Comte y sus discípulos en la cultura francesa, por otro sus distancias con el formalismo jurídico de políticos como Maurras que plantean la ciencia política independientemente de los fines morales del hombre, como si la política fuese una física del bien social separada de cualquier pretensión moral.
Esta capacidad crítica ante las tentaciones cientificistas y formalistas a las que siempre hemos asistido en la historia del conocimiento sigue siendo una urgencia para nuestro tiempo. Por una parte, el cientificismo y pragmatismo cientificista tienden a olvidar aspectos importantes del conocimiento como sus dimensiones histórica, antropológica y moral. La fenomenología hermenéutica ha denunciado estas pretensiones de cientificidad y neutralidad del conocimiento en una sociedad dominada por la tiranía de los expertos. Por otra parte, en el ámbito de la filosofía moral y política no faltan quienes defienden la separación de ética y política, como si la tarea de la primera se redujera a la motivación para el compromiso y la vigilancia del orden político. Así, la política sería una verdadera “ciencia política” donde los ciudadanos serían reducidos a electores, votantes, agentes o simples consumidores de propuestas gestionadas electoral, parlamentaria o procedimentalmente.
Maritain es una referencia para plantear el valor de la argumentación pública en las democracias contemporáneas. No se trata de negar el papel de los expertos en cualquier área sino de consolidar un nuevo paradigma de conocimiento basado en la responabilidad, la argumentación, la comunicación y el trabajo interdisciplinar. Evitar los reduccionismos cientificistas y reivindicar un planteamiento donde quepan enfoques interdisciplinares sigue siendo una tarea importante si de verdad queremos responder a los desafíos de las nuevas tecnologías y promover una justicia social global .
4.- Las antropologías en el mercado de la espiritualidad
A diferencia de muchos de sus contemporáneos que simplificaron su acercamiento al ser humano reduciéndolo a su simple dimensión material como individuo o reduciéndolo a su simple dimensión de criatura espiritual como persona, Maritain construye un personalismo que evita estos reduccionismos. Para ello construye una antropología basada en las categorías de individuo y persona, con la primera integra la dimensión material de la vida humana y con la segunda integra la dimensión espiritual.
Esta tensión no es puramente lógica o dialéctica porque tiene una dimensión práctica e histórica de gran importancia: es la base de su ética y de un humanismo teocéntrico calificado como “integral” porque integra ambos polos de la vida humana describiendo dramáticamente -pero creativamente- la condición humana. Aunque este planteamiento sigue siendo filosóficamente discutible, sigue siendo más necesario que nunca porque en estos primeros años del siglo XXI nos encontramos en un momento desintegrador. Por un lado, hay intentos de reducir la condición humana a su dimensión material a través de planteamientos cientificistas, como si la vida humana se redujera a su dimensión material ahora planteada en clave cognitiva, mental o simplemente bioquímica. Por otro, aparecen nuevas ofertas espirituales que buscan responder a la necesidad de unicidad, diferenciación, personalidad o simple reconocimiento espiritual. Nuestra sociedad de gestores es también una sociedad de terapeutas, una sociedad donde la psicología está ofreciendo respuestas integradoras ante la proliferación de respuestas simplificadoras, bien en su versión individualista o materialista, bien en su versión idealista o espiritualista
Su planteamiento es original y sigue siendo más actual que nunca en un momento donde la salida más fácil viene de antropologías reduccionistas que también se hacen presentes en un nuevo mercado de la espiritualidad que pone en cuestión los presupuestos de la secularización con los que había trabajado la teología de los años setenta. La proyección política de Maritain está directamente relacionada con el compromiso antropológico de un humanismo integral. La relevancia de conceptos centrales en su ética política como los de bien común, sociedad o justicia social, están directamente condicionados por esta lucha contra el reduccionismo.
5.- El desafío de una ética intercultural
Maritain desempeñó un papel importante cuando se redactó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. A diferencia de quienes se desentendieron de las fuentes culturales, éticas y religiosas que están en la base de esta declaración, Maritain siempre tuvo claras estas fuentes como claves con las que evitar una interpretación positivista que desencarnara y formalizara la aplicación de estos derechos. El papel que desempeña Aristóteles, las fuentes Evangélicas, el pensamiento de San Tomás o el empuje de Bergson y Mounier son claves interpretativas que le permiten entender su apelación al derecho natural frente al derecho positivo como una renovación permanente del derecho positivo desde una tradición filosófica viva
Esta apelación a una tradición filosófica para interpretar los derechos humanos es importante cuando nos planteamos hoy la necesidad de una ética política que responda al desafío de la interculturalidad. Hoy no faltan quienes consideran que la gestión política de sociedades con tradiciones culturales diferentes solo puede lograrse apelando a una base jurídica común como la que aparece en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Para ser efectiva, esta apelación tendría que realizarse mediante una interpretación positivista y formalista de estos derechos pues cualquier otra correría el riesgo de ser particularista y decantarse por alguna de las culturas en cuestión. Cuando se produce esta apelación no se tiene en cuenta el diferente valor de las diferentes culturas, o el diferente valor de las diferentes tradiciones o, planteado en términos filosóficos, la diferente pretensión de verdad y valor que mantienen los diferentes grupos, tradiciones o culturas. El debate sobre la necesidad de una ética política intercultural tiene que entrar a fondo en el problema del valor y la verdad de unas culturas que no son, como muchos creen, especies biológicas entre las que no cabe comunicación o mestizaje. De lo contrario, ante el temor a evitar el etnocentrismo caeríamos en la paradoja de un relativismo universalista que no discrimina entre el valor de las culturas, pero se ampara en un elemento valioso para gestionarlas.
El hecho de apelar fuentes evangélicas o el tomismo no es razón suficiente para descartar el planteamiento de Maritain en la construcción de una ética política intercultural. Menos aún por hecho de que su universalismo no sea culturalmente ciego o desmemoriado, sobre todo en un momento donde debatimos cómo entender el fenómeno del nihilismo o la apelación que realizamos a la “cultural occidental”. El papel que ha desempeñado Maritain en la búsqueda de consensos prácticos y operativos en la política contemporánea es una muestra de que la defensa de la identidad no está reñida con la necesidad de los consensos.
6.- Una versión perfeccionista de la ciudadanía activa
En la teoría política contemporánea utilizamos el término perfeccionista para describir una teoría que no se desentiende de los presupuestos antropológicos, éticos y metafísicos de la actuación política. A diferencia de las teorías políticas llamadas en términos generales “liberales” que se construyen sin contar con esos presupuestos porque consideran que dificultan la necesaria tarea de llegar a un consenso básico sobre la idea de justicia, las teorías políticas perfeccionistas consideran que no se puede abstracción de esos presupuestos porque la persona no es un átomo aislado o segregado de su sociedad, su comunidad y, en definitiva, de los significados que hacen valiosa su vida.
Maritain nos ofrece una teoría política donde es más importante el modelo de sociedad que el modelo de estado, una política que no sólo estaría próxima a las contemporáneas teorías de la sociedad civil cosmopolita, sino que se aproximaría a las recientes reflexiones sobre la necesidad de una “ciudadanía activa”. A diferencia de una ciudadanía “pasiva”, “formal” o estrictamente “legal”, la apelación a una ciudadanía “activa” recupera para el debate político el “protagonismo”, la centralidad y, sobre todo, la “responsabilidad” de las personas como miembros activos, significativos y valiosos en una comunidad que no es sólo nominal sino real. No se trata de una ciudadanía reducida a sus dimensiones políticas, sean estas mundiales, estatales o nacionales, se trata de una ciudadanía entendida como dimensión básica de la vida humana personal en todas sus dimensiones: religiosa, familiar, económica, cultural, educativa, etc. En este sentido, su teoría de la ciudadanía no se restringe a sus dimensiones estatal o nacional porque Maritain habla de cuerpo político en general, de pueblo en su sentido más noble, de autoridad y, sobre todo, de “bien común” .
Esta proximidad a una ciudadanía activa aparece también cuando Maritain reivindica el principio de subsidiariedad y, sobre todo, cuando su concepto de cuerpo político no se limita a las dimensiones que pudiera tener una ciudad sino a las posibilidades que puede ofrecer el concepto de civilización.
7.- Una evaluación crítica de la modernidad
Estas serían algunas de las cuestiones por las que es necesario seguir pensando el propio presente con la ayuda de Maritain. Puestos a realizar un balance más completo también tendríamos que evaluar el papel que le concede a la estética, el puesto que le asignaría hoy a la Teología tanto en el debate sobre la naturaleza de la ciencia como en el conjunto del saber, el nuevo papel que hoy la asignaría a la “acción católica” y sobre todo, el papel que debería tener una agrupación o partido político inspirado en las fuentes y tradición cristiana. Todas estas reflexiones, aunque desborden los límites de una proyección estrictamente socio-política, podrían plantearse desde la necesidad de leer a Maritain como un pensador con una doble disposición permanente: por un lado dispuesto a asumir los planteamientos más éticos, universalistas y liberales de la modernidad; por otro dispuesto a criticar una modernidad estrecha de miras incapaz de pensar con radicalidad más allá y más acá de los límites que son dispuestos a marcar las ciencias positivas.
En el debate desatado por la nueva Constitución europea Maritain seguirá siendo un referente importante si estamos dispuestos a mantener vivo su proyecto, y sobre todo si estamos dispuestos a seguir manteniendo viva la tradición que alimentó y despertó: el personalismo comunitario. Aunque alimentara la presencia en partidos y asociaciones, Maritain no era un hombre de partido, ni Europa está llamada a ser una Europa de los partidos, sino una Europa de las personas, de los ciudadanos y de los valores. Será una referencia importante cuando queramos denunciar los planteamientos integristas que quieren instrumentalizar o monopolizar el catolicismo como fuente importante de las raíces europeas; será una referencia importante cuando queramos denunciar los planteamientos simplificadores que quieran reducir el cristianismo a una simple creencia privada sin relevancia pública e histórica.
Los partidos de tradición demócrata cristiana, social cristiana o de inspiración cristiana, tienen ante sí un reto mayor del que se imaginan. Maritain no es sólo una de sus fuentes de inspiración o uno de los lugares comunes con los que pueden tender puentes hacia otras tradiciones. Maritain marca un horizonte de trabajo y de compromiso mucho más complejo de lo que los políticos profesionales se piensan. Maritain es una exigencia para mantener viva la rica y fecunda tradición de un personalismo comunitario que tiene que seguir respondiendo a desafíos tan importantes como el de la paz, el pluralismo, los derechos humanos, en definitiva, los desafíos de una razón práctica que no tenga miedo a las tradiciones, al imperativo de la responsabilidad y, sobre todo, a los rostros de quienes nos siguen reclamando una justicia social global: el pobre, la viuda, el huérfano y el extranjero.
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